Jesús, el socialista que fue a Noruega y se hace el sueco
PREMIO BARITERE
Carmen Quirós dijo...
El País Vasco y todo lo que se relaciona con él y sus gentes es un sentimiento profundo y potente. Es muy difícil analizar lo que se ama con intensidad con esa frialdad distante, necesaria para generar un juicio objetivo. Siempre se impone el sentimiento, la luz radiante de la memoria de una experiencia inolvidable y la oscuridad absoluta del dolor, el horror y el miedo.
Por eso evito entrar en análisis de posturas que me devuelven al seno de aquellas sombras: la de la noche de la dimisión de Suárez, cuando me despertó el timbre del teléfono para traer la noticia del secuestro de un amigo. La del atardecer, una semana más tarde, en la que supimos que no le volveríamos a ver vivo, a la vez que el teléfono, de nuevo, anunciaba una nueva muerte: la de otra amiga cuyo corazón sucumbió a la angustia.
Vuelvo a estar bajo aquel cielo que lloraba con un txirimiri lento esperando noticias. Oigo el grito desgarrado de la madre de mi amigo cuando su nuera le dijo que le habían matado. Veo aquellos niños huérfanos mirándonos con aquellos ojos en los que flotaba la incomprensión y el dolor.
Regreso a aquellos días en los que al atardecer, empezaba a sonar el timbre e iba produciéndose un goteo que a veces llenaba de amigos el salón de mi casa. La muerte planeaba sobre sus cabezas y la compañía de los amigos morituris era el mejor apoyo.
Pasan ante mis ojos demasiadas vidas rotas y no tengo la ecuanimidad necesaria para leer las opiniones de Egiguren con ecuanimidad; porque en el fondo, forma parte de una generación, como Felipe González, en la que el fin justificaba los medios y pueden entender a la perfección que las ansias de poder de unos hayan cubierto de sangre inocente cuarenta años de nuestra historia; porque había un objetivo que alcanzar y ese era el camino, así de sencillo.
Como no hay nada condenable en violar la ley, como las normas son para la chusma, no para la gente de altura de miras en la vida política, uno puede abogar porque pasemos página y cambiemos un poco, lo necesario para ver en tantos muertos o heridos que sobrevivieron con lesiones irreversibles, en sus familias y círculo más íntimo que vieron rota su vida, no víctimas, sino consecuencias colaterales de una estrategia natural desde su punto de vista.
Uno no entiende que no podamos darle un gran abrazo a los abertzales e irnos de cena con ellos y otro duda si hizo bien en no volar la cúpula de ETA. Yo ni siquiera me escandalizo. Como diría Blanco, la inmoralidad está en sus genes. Hemos tenido muestras sobradas de esta realidad y escandalizarse a estas alturas solo es posible si se ignoraba esa realidad de inmoralidad profunda. Nunca fue mi caso.
Por eso evito entrar en análisis de posturas que me devuelven al seno de aquellas sombras: la de la noche de la dimisión de Suárez, cuando me despertó el timbre del teléfono para traer la noticia del secuestro de un amigo. La del atardecer, una semana más tarde, en la que supimos que no le volveríamos a ver vivo, a la vez que el teléfono, de nuevo, anunciaba una nueva muerte: la de otra amiga cuyo corazón sucumbió a la angustia.
Vuelvo a estar bajo aquel cielo que lloraba con un txirimiri lento esperando noticias. Oigo el grito desgarrado de la madre de mi amigo cuando su nuera le dijo que le habían matado. Veo aquellos niños huérfanos mirándonos con aquellos ojos en los que flotaba la incomprensión y el dolor.
Regreso a aquellos días en los que al atardecer, empezaba a sonar el timbre e iba produciéndose un goteo que a veces llenaba de amigos el salón de mi casa. La muerte planeaba sobre sus cabezas y la compañía de los amigos morituris era el mejor apoyo.
Pasan ante mis ojos demasiadas vidas rotas y no tengo la ecuanimidad necesaria para leer las opiniones de Egiguren con ecuanimidad; porque en el fondo, forma parte de una generación, como Felipe González, en la que el fin justificaba los medios y pueden entender a la perfección que las ansias de poder de unos hayan cubierto de sangre inocente cuarenta años de nuestra historia; porque había un objetivo que alcanzar y ese era el camino, así de sencillo.
Como no hay nada condenable en violar la ley, como las normas son para la chusma, no para la gente de altura de miras en la vida política, uno puede abogar porque pasemos página y cambiemos un poco, lo necesario para ver en tantos muertos o heridos que sobrevivieron con lesiones irreversibles, en sus familias y círculo más íntimo que vieron rota su vida, no víctimas, sino consecuencias colaterales de una estrategia natural desde su punto de vista.
Uno no entiende que no podamos darle un gran abrazo a los abertzales e irnos de cena con ellos y otro duda si hizo bien en no volar la cúpula de ETA. Yo ni siquiera me escandalizo. Como diría Blanco, la inmoralidad está en sus genes. Hemos tenido muestras sobradas de esta realidad y escandalizarse a estas alturas solo es posible si se ignoraba esa realidad de inmoralidad profunda. Nunca fue mi caso.
CARMEN QUIRÓS